domingo, 22 de marzo de 2009

El pequeño Jawa

Hola a todos, esta vez les traigo, de la mano de mi buen amigo Rudel2D2, una historia acerca de un pequeño Jawa y sus aventuras en Tatooine, pero no les digo mas y dejo que lo descubran por ustedes mismos a continuación:

El pequeño Jawa.
(Una historia paralela)



Ya estábamos de nuevo en movimiento, y todas las cosas a mi alrededor empezaron a vibrar: señal de que el vehículo se había puesto en marcha. El zumbar grave de los motores inundaba todas las habitaciones que yo acostumbraba recorrer. Caminé un rato por varios pasillo de paredes oxidadas , hasta que llegué a la puerta que sellaba la sala de control general. En la parte superior de éste, había una mirilla por la que siempre me asomaba para ver cómo conducían el tractor de arenero.

Estaba a punto de asomarme, cuando la puerta se abrió deslizándose al interior de la pared. Intempestivamente salió un jawa mayor , que por alguna razón olvidó cerrar la puerta. Esta situación no era habitual, siempre permanecía cerrada. Todo el esplendor de la sala estaba frente a mi. Aquella puerta abierta era una total invitación: Entré casi de puntitas para no llamar la atención de los mayores, que con gran habilidad lograban que el vehículo arenero raptara sobre su sistema de tracción de oruga a través del desierto sin que éste se volteara.

Había varios páneles de control con botones, pantallas y luces de mil colores que de inmediato despertaron en mi las ganas de tocarlos, e incluso de llevármelos a mi habitación; pero contuve tal deseo y tan sólo me concentré en mirarlos. Me acerque a una de las ventanas, y la magnificencia del desierto quedó de manifiesto frente a mí. Podía ver más allá de los que comúnmente se observa cuando uno se para sobre la arena... ¡Era fabuloso! ¡Y cómo no iba ser de esa manera...! Si la sala de control estaba en la parte más alta del tractor y ofrecía una vista espléndida.

Uno de los grandes observaba algo en la pantalla, se trataba de Dathcha, uno de los jawas jefes de este clan, él llamó la atención de otro mayor. Éste se aproximó y sus brillantes ojos examinaron las imágenes; entonces se dirigió al que manejaba los controles de dirección. Le dijo algo y señaló en la lejanía. Acto seguido se dirigió a una consola y oprimió algunas teclas que pusieron en función el sensor de audio. Por una pequeña bocina del panel de instrumentos se escuchó la voz de tipo electrónica que decía algo que no entendí:

- ¡Por acá! ¡Oigan! ¡Oigan! ¡Por favor , auxilio...!

Miré al Gran Dathcha, nerviosamente seguía dando indicaciones , y volvió a señalar algo a lo lejos, en el desierto; seguí la línea imaginaria que trazaba su dedo. En las dunas se distinguía la osamenta de un gran animal. ¿Para qué nos iban a servir esos huesos...? Fue entonces cuando logré ver una figura brillante que se movía entre las arenas del desierto. Dijeron que era un androide, pero yo no lo distinguía. ¿Saben? Nuestros ojos brillantes están hechos para la oscuridad , y no funcionan muy bien en el día; por eso usamos estos atuendos con capuchas.

Yo miraba desde las ventanas de la sala de control cómo la figura iba creciendo y tomando una forma definida conforme nos acercábamos a él. Llegó el momento en que estuvimos tan cerca, que lo perdí de vista. El Tractor se detuvo. Uno de los mayores ordenó a otro que fuera a la parte baja del vehículo, para abrir la escotilla de la escalera extensible de acceso; situada entre las orugas, dicha entrada se abriría con el fin de que el androide entrara por ahí. El mayor referido salió. Yo lo seguí por los pasillos y escaleras hasta llegar al lugar señalado. En una pared había un panel de control con algunos botones, accionó uno. Y entonces una pequeña porción del piso se movió abriendo una esclusa. La escalerilla se extendió hasta tocar el arenoso suelo.

-Gracias al cielo...-. Dijo el androide en lengua ininteligible para mi, mientras subía por la escalera. – Soy C-3PO, androide de protocolo y experto en comunicaciones humano-cibernéticas. Además...-

El jawa que había abierto la escotilla les ordenó a dos más que llegaron, poner fuera de combate al robot .Por lo que uno descolgó de su cinturón un blaster de ionización y descargó la energía sobre el dorado androide.

-¡No! ¡No hay necesidad de hacer eso...!– No pudo terminar lo que decía, ya que cayó pesadamente rodeado por miles de chispas.

Acto seguido, uno de los adultos se aproximó a él y le incrustó en el pecho un perno de contención. Esto evitaría que el androide huyera.

Entre todos los jawas que estábamos ahí lo cargamos y lo llevamos a la bodega; ahí lo depositamos en un rincón donde no había mucha chatarra. Mis parientes y mayores salieron del lugar, pero yo me quedé contemplando al robot inerte. No era la primeras vez que un androide de este tipo caía en nuestra bodega; de hecho en aquel instante había bastantes deambulando por el lugar. Pero éste era especial. Tenía algo que, aún apagado, reflejaba una clara inteligencia. Aquel rostro metálico con la mirada vacía, parecía que de un momento a otro iba a despertar, impartiendo una sabia lección sobre algún tema.

De pronto todo a mi alrededor comenzó a vibrar. Estábamos nuevamente en movimiento. Mi atención regresó al androide; me aproximé un poco para mirarlo mejor. Pude ver el reflejo de mis ojos resplandecientes en su dorada superficie. Me tapé uno y al mismo tiempo desapareció su reflejo. Toqué con mis negras manitas el dorado cuerpo. La sensación del frío metal produjo en mi interior una rara emoción; como si cientos de voces al unísono gritaran:

-¡Lo quiero! ¡Lo quiero! ¡Mío, mío, mío!

Un grito me sacó de mis observaciones. Era una hembra mayor que me llamaba para que fuera a hacer mis tareas; Corrí alocadamente por entre la chatarra. Mis grandes mangas se atoraron varias veces en algunos fierros que se esforzaban en detener mi serpenteante carrera, sin lograrlo. Salté por encima de un androide CZ-1 que se encontraba sentado en el piso; murmuro algo a lo que no le di importancia. Continué mi carrera. Pasé veloz junto a ella, y me dijo una serie de galimatías, a las cuales no les hice el menor caso.

Al salir de una escalerilla, me encontré con varios chicos de mi misma edad, se encontraban formando un círculo y platicando sobre los últimos acontecimientos. Me abrí paso entre ellos para formar parte del grupo. Quise intervenir en la conversación, hablé sobre lo que había observado en la sala de mandos y de cómo se detectó el androide dorado, pero fui ignorado... Lo peor es que no se conformaron con eso, sino que de un fuerte empellón me sacaron del círculo. Caí de espaldas sobre la cubierta. Mientras que ellos reían me puse de pié, e iba a contestar la agresión, pero al fondo del pasillo apareció la hembra que antes me había mandado a mis obligaciones. Se encontraba cruzada de brazos y con su pié derecho marcaba un ritmo de impaciencia. Me apresuré a salir de ahí, mientras que la risa de los demás chicos se hizo más sonora.

Llegué a una habitación donde había diversas herramientas colgadas en paredes y amontonadas dentro de un estante. Tomé un cepillo de cerdas de acero y salí de ahí.

Hace como cinco meses encontré un generador de hologramas en la chatarra de la bodega. Al ponerlo en funcionamiento proyectó la imagen tridimensional de un hombre con túnicas café y crema. Tenía colgado en el cinturón un aparato cilíndrico, el cual, al accionar un botón, una línea de luz salía para formar una espada. Ésta tenía la facultad de cortar cualquier cosa que tocaba. Pero lo sorprendente no era el arma, sino los movimientos que ejecutaba el hombre. Era ágiles, precisos y agresivos, pero al mismo tiempo gráciles, elegantes y sencillos. Unos de los jawas más viejos vio la imagen y dijo que se trataba de un “Caballero Jedi”. Contemplé la grabación cientos de veces, hasta que el aparato dejó de funcionar.

Miré mi cepillo, y lo enganché a mi cinturón; caminé un par de pasos y de improviso lo tomé, accionando el botón de la empuñadura. Mi imaginación formó la hoja de luz y comencé a imitar los movimientos del hombre aquel, que los tenía yo memorizados uno a uno.

Mi túnica volaba y se plegaba, mientras daba vueltas tomando el cepillo con las dos manos. Y lo blandía cortando por la mitad a mis imaginarios enemigos. Mi aguda voz imitaba los sonidos que emitía el arma, al igual que una cinta grabada reproduciéndose en alta velocidad. Así estuve durante algunos segundos hasta que al dar el último giro me percaté de la presencia de varios jawas de distintas edades y sexos, que me miraban extrañados. Al verme descubierto, perdí la estabilidad de la última vuelta. Fui a dar contra un anaquel con varios utensilios, que al hacer violento contacto con mi cuerpo, volaron por los aires y cayeron sobre mí. Uno de ellos golpeó mi cabeza dejándome un poco aturdido.

La jawa mayor que antes me había mandado a hacer mis tareas, se abrió paso entre mi público hasta que llegó junto a mí. Me bombardeo con un torrente de improperios que provocaron la risa de los demás, me levanté y acomodé en su lugar todos los utensilio regados por el piso. Vi mi cepillo que estaba en un rincón del pasillo, lo tomé , lo colgué de mi cinturón; salí de ahí caminando como un Jedi. Ella por fin se cansó de insultarme cuando ya me había alejado del lugar.


Me dirigí al sitio de mis deberes, pero para llegar tenía que atravesar el taller donde se reciclan o componen todas las máquinas, androides y demás chatarra que encontrábamos en el desierto. Al fondo estaba los hornos para fundir metal. Ésta era la sala más grande de todo el tractor arenero. Había varias mesas de trabajo donde varios jawas desarmaban o arreglaban diferentes aparatos que tomaban de una banda sinfín la cual recorría el centro del taller y conducía todo a la boca del horno, si el aparato en cuestión no tenía remedio, se regresaba a la banda que lo conducía hasta el hambriento horno. Se escuchaban las indicaciones a gritos de los adultos, así como los golpes y martillazos sobre el metal, el sisear de las máquinas manuales y el constante rugir del horno. Crucé el lugar, anduve por un pasillo y entré a una pequeña habitación. Me detuve en seco, de forma ágil tomé de mi cinturón el cepillo, oprimí el botón del mango que hacía salir las cerdas. Con varios giros llegué a sentarme en un banquito junto a un cerro de cacharros de metal, a los que les comencé a raspar el óxido.

Pasaron algunas horas desde que inicié mi tarea, el montón de cacharros oxidados que esperaban su turno para rasparles el óxido bajó de altura. De pronto el tractor se detuvo. En el pasillo contiguo a la habitación donde me encontraba se escuchó mucho movimiento. Un chico de mi misma edad se asomó y me dijo que habían detectado otro androide, por lo que se saldría a cazarlo.

Colgué el cepillo en mi cinturón y salí corriendo muy entusiasmado; a gran velocidad bajé las escaleras y atravesé pasillos hasta llegar al nivel más bajo del vehículo arenero. Ya se encontraban ahí varios jawas jóvenes alrededor de algunos viejos, que explicaban cómo se debía de realizar la captura del robot. Pregunté a uno de los menores sobre el asunto, pero sólo recibí como respuesta su total indiferencia. El Jawa grande, Dathcha, seguía dando indicaciones, pero yo daba vueltas alrededor del grupo sin poner la suficiente atención a lo que se decía; mi excitación era muy grande. Cuando se abrió la escotilla, fui el primero que salió al desierto; tuve que pegar un brinco para alcanzar la arena, ya que la escalerilla aún no se terminaba de extender. Mas el agudo grito hizo que me parara en seco, uno de los viejos que nos dirigía se adelanto y me puso tremenda regañada y sujetándome de la capucha me mandó hasta el final del grupo, pero el castigo no disminuyó mi entusiasmo. Emprendimos la marcha en la dirección que marcaba el aparato que llevaba en sus manos el viejo Dathcha. Yo mientras tanto en la retaguardia, alegremente parloteaba con mis primos que tenía cerca, al tiempo que agitaba mis brazos caminaba y brincaba.

Mientras avanzábamos la arena del desierto se volvió gradualmente grava. Las dunas se convirtieron en grandes rocas de piedra maciza. Enfilamos por la ladera del un cañón que se extendía serpenteante en la lejanía. Nos ubicamos sobre el risco, el mayor tomó sus macrobinoculares, y observó algo al fondo del barranco. En voz muy baja nos indicó que nos asomáramos... Vimos una unidad R2 que andaba sin rumbo fijo. Bajamos el risco y lo rodeamos; de esta manera nos adelantamos al androide.

El mayor nos iba designando distintos puntos para escondernos. A mí me tocó sobre un pequeño roquedal, por lo tanto vería pasar a la unidad desde lo alto.

Los soles binarios de Tatooine estaban por desaparecer en el horizonte, así que nuestro paisaje tenía tonalidades amarillas y doradas. Yo estaba en mi escondite tendido sobre el pecho, muy inquieto, algo dentro de mi se agitaba a gran velocidad. Sentía ganas de salir corriendo, tomar al androide y llevármelo a mi habitación, pero me contuve.

Por fin la unidad R2 terminó de rodear el risco y tomó un terraplén al centro del cañón. En un punto se detuvo, su cabeza en forma de cúpula giró en varias direcciones. Soltó algunos tímidos bips y reanudó su marcha. Probablemente ya nos había detectado como forma de vida, e incluso percibió visualmente a algunos de nosotros... Los ojos brillantes son difíciles de ocultar, sobre todo cuando hay poca luz

Pasó frente a mis primos y se aproximaba a mí...

La excitación del momento llegó al punto máximo, por lo que no pude contener un movimiento de mis piernas, éstas se toparon con una piedra suelta; entonces varios guijarros rodaron y cayeron enfrente del R2 , que inmediatamente se detuvo y observó el lugar donde procedían las rocas. Me replegué hacia atrás, de manera que no me pudo ver. Sin embargo, la máquina sabía que alguien estaba ahí.... Presentía el peligro. Reanudó su marcha. Con el pecho sobre la tierra, rapté hasta tener a la vista a mi primo más próximo. Con los dedos le indiqué que el robot ya se dirigía hacia él.

Se acercaba el momento de detenerlo. Algunos de mis primos daban indicaciones a otros en voz baja; se movían entre las piedras y por atrás de las rocas. Entonces Dathcha se ocultó en una grieta y esperó el momento preciso para la emboscada.

El terraplén por el que se movía el androide, se estrechó hasta formar un angosto pasillo, era en este lugar donde el mayor habría de sorprender al androide.

Como salido de la nada el jawa saltó y se presentó frente a él, al tiempo que accionaba el blaster de iones:

-¡Iukcha! (¡Quieto!)- Gritó.

Del arma en forma de trompeta salió un as luminoso que fue a parar en el cilíndrico cuerpo del R2, causando un desorden general en sus circuitos. Cientos de chispas luminosas lo rodearon, al tiempo que lanzaba un gemido. La energía lo terminó de abandonar, replegó la pata central y cayó al suelo.

El jawa lo observó expectativo por un momento, al ver que no había movimiento nos llamó. Salimos de nuestros escondites corriendo alegremente, rodeamos al androide inerte y entre todos lo alzamos. Dacha se colocó al frente dirigiendo al grupo. Al salir del cañón, se vio en el horizonte el vehículo arenero; había varios parientes esperando al pié de él. El jawa mayor les gritó para que prepararan el tubo elevador de repulsión.

Llegamos hasta ahí. Pusimos a la unidad R2 en el suelo, equilibrada sobre sus dos pies. Se aproximó el mayor y le adhirió a la coraza externa un perno de detención. El tubo salió de una cavidad situada entre las dos orugas, se extendió justamente sobre el androide, formó un campo de repulsión y la unidad fue absorbida por el tubo. Terminada su función se replegó hacia su lugar, mientras que nosotros subimos por la escalerilla y penetramos al gran vehículo.

Los golpes metálicos que inundaron la bodega anunciaron la llegada de la unidad R2, inmediatamente las luces de su cara se iluminaron, volviendo de su breve letargo. Giró la cabeza y lanzó algunos bips. En tanto el androide dorado se encontraba arrumbado en un rincón. Al oír el ruido de la llegada de la otra unidad, se puso de pié inmediatamente, se le aproximó y le dijo algo. Se le veía muy feliz del encuentro... parecía que se conocían de mucho tiempo atrás. Mientras se daba esta reunión, el vehículo reanudó la marcha.

Yo los observaba desde un rincón, cuando el tractor se puso en movimiento, para no caerme tuve que tomarme de un tubo que bajaba del techo y se metía en el piso. Pero resultó que alguna sustancia caliente circulaba por su interior y me quemó la mano, así que lo solté y rodé por el suelo.

-¿Iby duisiqiuy? (¿Te quemaste?)-La voz electrónica provino del androide dorado. Hablaba perfectamente mi idioma. Lo miré azorado...

-¿Bisity isis nuiy? (¿Quiéres que te ayudemos?) – Insistió.

Por toda respuesta obtuvo mi silencio, y acto seguido salí corriendo de la bodega; mientras que me alejaba, el dorado se volvió al R2 y le dijo algo que en ese momento no entendí:

-¿Lo ves, Artoo? Estos jawas son criaturas extrañas y desagradables.

Subí una escalera y llegué hasta el salón donde estaban los hornos de fundición y reciclado de metal. Había muchos parientes ahí, pero a nadie le interesó mi presencia. Miré hacia abajo, en dirección a la bodega... Regresé sobre mis propios pasos hasta quedar a la entrada de ésta. Vi a los androides recién capturados que se encontraban en gran charla... Era muy curiosa la situación: mientras uno hablaba en lenguaje oral , el otro lo hacía con bips y sonidos electrónico; no obstante esta aparente barrera, se les veía muy unidos... Había ahí una gran amistad. Eso me hizo pensar que, aunque me encontraba rodeado de gente como yo, siempre me sentía solo.

Los jawas que me dieron vida habían muerto cuando yo era muy pequeño; esto sucedió muchas temporadas atrás. Mi clan fue exterminado totalmente durante un encuentro con un grupo de Tuskens, cerca de las regiones subpolares de Tatooine; fui el único sobreviviente. Este nuevo clan me encontró deambulando por el desierto, me recogieron y adoptaron. Sin embargo, la mayoría de ellos no disfrutan de mi presencia. ¡Si mis padres vivieran...!

Si alguien hubiera grabado el sonoro suspiro que lancé, se hubiera muerto de la risa al oirlo reproducirse. Todos los androides de la bodega volvieron sus censores ópticos hacia mí. El ambiente se inundó de un profundo silencio. Miré al androide dorado, y antes de que me dijera nuevamente algo, salí veloz de la bodega. Cuando ya me encontraba en el nivel más alto del tractor me detuve y recosté mi espalda sobre la oxidada pared de metal. Varios jawas pequeños como yo pasaron junto a mi e indiferentes siguieron su camino. Cómo era posible que un androide que apenas me había visto se interesó por mí, mientras que éstos, mis parientes, tenían mucho de conocerme y sin embargo... Encogí los hombros y me retiré a mi habitación para descansar.
Como siempre, un torrente de gritos y regaños me hicieron despertar. Salí del dormitorio y bajé a la habitación para seguir con mi tarea de costumbre. Un primo me encontró en la entrada, dijo que nos dirigíamos a una granja, donde se iban a vender un par de robots que ya nos habían encargado en una visita anterior que se les hizo.

Bajé corriendo las escaleras hasta la bodega donde ya un mayor daba indicaciones a varios jawas. Me paré junto a él y me indicó que me hiciera cargo de sacar el androide que me iba a mostrar... Dando mil y una indicaciones caminó mientras yo lo seguía; me mostró una unidad minera LIN-V8K. Era una masa metálica con forma de cúpula y se transportaba por medio de tracción de oruga.

La pared frontal del tractor se abatió hacia el frente, convirtiéndose en una gran rampa por la que bajaron los androides.

Antes de bajar miré hacia el fondo de la bodega. Ahí estaban los dos androides, el de protocolo y el R2 .El Jawa mayor se les acercó, los observó y llamó a un primo; le indicó que los debía bajar. Entonces éste se les aproximó, y les apuntó con algo. El dorado alzó los brazos en señal de rendición y le dijo algo al R2. Se pusieron en marcha hacia la rampa.

Con mis grandes mangas azuzaba al LIN-V8K a mi cargo, para que bajara. La maniobra se había repetido muchas veces, cada vez que ofrecíamos nuestra mercancía: bajar a los androides, ponerlos en línea de espaldas al tractor, dejar que el cliente los observara y escogiera. Ubiqué a mi androide en su lugar y esperé...

Salieron dos humanos, uno viejo y otro joven. Se escuchó un grito. El joven se acercó al borde del patio y miró hacia abajo; intercambió palabras con alguien y regresó junto al viejo, que ya inspeccionaba a los androides acompañado por el jawa mayor. Éste hacía notar las grandes habilidades y ventajas de cada unidad; desde luego, la mayor parte de las veces exageraba con su arenga. Había una unidad R5 roja y el humano viejo la señaló para su compra.

Los mayores nos decían que jamás platicáramos con los androides para la venta, en especial con los de protocolo, ya que siempre engañaban con su verborrea y se escapaban. Yo tenía toda la intención de platicar con el dorado, pero me detuvo la recomendación de los viejos. Esperaba que no se vendiera hoy, pues esa noche pensaba ir a la bodega a verlo. Pero para mi desgracia el hombre viejo se detuvo frente a él y le preguntó algo. Intercambiaron palabras. Luego se dirigió al mayor que aguardaba junto; este nos indicó que se vendía el androide de protocolo. Quise salir corriendo, cargarlo y de la misma manera meterlo al tractor, pero algo en mi interior me lo impidió.

El humano viejo llamó al joven, le indicó algo y éste llamó al rojo y al dorado. Deseé con toda vehemencia que el dorado manifestara alguna avería. Me encuclillé detrás de la unidad LIN-V8K, puse mis manos sobre mis sienes y me concentré en esa idea. Escuché una pequeña detonación, entonces creí que mi deseo se había cumplido...



Me puse de pié y miré, pero con desencanto me di cuenta que el que se había averiado era el R5 rojo. El hombre joven lo examinó y llamó al viejo, entonces se suscitó una discusión entre éste y el jawa mayor. La situación se volvió tensa, todos los jawas estábamos muy atentos y preparados para cualquier acción beligerante. Los otros mayores ya tenían sus manos cerca de sus blasters , pues casi siempre una situación como esta terminaba en trifulca. Finalmente, y al parecer por consejo del androide de protocolo, el hombre viejo se decidió por el R2 azul, capturado el día anterior. Los ánimos se calmaron. Pactaron el pago y los cuatro, hombres y máquinas, desaparecieron en la entrada de la granja...

Regresamos los demás androides a la bodega, pero antes de que se empezara a replegar la rampa, volví a la arena del desierto y miré la entrada de la granja, con la esperanza de que regresara el androide dorado.

Un mayor se me acercó, y me puso su mano sobre mi hombro. Me explicó que esa era la razón por la cual los jawas chicos no debían platicar con los androides destinados a la venta. Regresé al tractor y subí a gran velocidad por las escaleras. El vehículo se puso en marcha, por lo que perdí el paso y caí aparatosamente hasta la cubierta del taller. El dolor no me detuvo, seguí remontando las escaleras hasta la sala de control. Toqué con los nudillo de mi mano... La puerta se corrió y quedé frente a un mayor; sin decirle nada fui hasta una ventana. Me asomé. Vi cómo la granja se alejaba; tenía la esperanza de que la unidad de protocolo apareciera en el portal, pero pronto todo el lugar se perdió de vista. El jawa que me había abierto la puerta me jaló de la capucha y me arrojó fuera de la habitación...

Al amanecer del día siguiente nos encontrábamos con rumbo a Anchorhead, según oí comentar a dos viejos. Íbamos a esta ciudad para vender algo de chatarra y reprogramar algunos androides.

Me dirigí a la bodega. En un rincón estaba sentada la unidad C-Z1 de protocolo...

-“¿Conissy, vin tybayia? “ (¿Hola, me puedes entender?) .- Le pregunté.

-“Sui tunui, sui tunui” (Yo no habla, yo no habla), - pude medio entender en mi lengua; y luego refunfuñó muchos vocablos ininteligibles. Desalentado me alejé caminando por el pasillo. Decidí olvidarme de los androides y me fui a la habitación donde realizaba mis deberes. Mi corazón de Jedi volvió a ponerse de manifiesto; tomé mi cepillo como si fuera un sable de luz, di algunos giros y terminé sentado en el banquito. Proseguí la limpieza de chatarra.

Un gran estrépito acompañado de una fuerte vibración me sacó de mi tarea. Las piezas de metal que limpiaba rodaron por el suelo. El tractor se detuvo. Una nueva explosión con los mismos efectos se escuchó, y a ésta siguieron otra y otra. Salí del pasillo, llegué hasta un sitio donde se apreciaba casi todo el taller de fundición. Muchos jawas corrían en distintas direcciones. Fue en ese instante que una gran explosión derribó la rampa principal de acceso...

Todo se llenó de humo. Cuando éste se disipó, varios humanos con armaduras blancas entraron accionando sus blasters. Muchos semejantes míos cayeron fulminados, víctimas de los rayos. Tuve la idea de bajar hasta la bodega y ahí buscar un sitio donde esconderme. Me precipité por las escaleras de metal rumbo a mi objetivo, pero la bajada fue muy difícil, ya que el pánico era total. Por ahí bajaban y subían gritando varios jawas; los rayos y las explosiones se daban muy cerca de mí. Algunos de los que me acompañaban en mi bajada cayeron abatidos.

Al fin logré mi objetivo, si embargo el lugar ya estaba ocupado por varios soldados que removían chatarra como si buscaran algo; todos los androides que antes deambulaban por la bodega se habían convertido en hierros humeantes.

Vi que la escotilla de salida se encontraba abierta, mire el pandemonium en que se había convertido mi hogar: los soldados disparaban a diestra y siniestra matando por igual jawas, androides y todo lo que se moviera. Entonces tuve la idea de huir al desierto. Un rayo pasó muy cerca de mi cabeza y se impactó en el estimulador de repulsión del tubo elevador. La máquina zumbó fuertemente. Me precipité hacia la salida; la escalerilla no estaba, en su lugar había hierros retorcidos. Di un gran salto, y rodé por la arena. En aquel momento los soldados que estaban apostados afuera me vieron y de inmediato blandieron sus armas en mi contra. Dispararon, pero el rayo estuvo a punto de hacer contacto conmigo, una fuerza me elevó del suelo. El campo de repulsión jaló de forma violenta y dolorosa cada parte de mi cuerpo. Fui absorbido por el tubo elevador, golpeando mi cabeza contra sus paredes; mas cuando creí que iba a ser regresado a la bodega, la acción del estimulador terminó y me quedé atorado ahí dentro. Los golpes me dejaron sin sentido, sin embargo, oía a lo lejos las explosiones y los gritos de dolor...

Poco a poco fue llegando el silencio. Sólo se escuchaban disparos de blasters aislados. Recobré la conciencia. Rapté por el interior del tubo hasta que llegué a la bodega. Cautelosamente me asomé, vi a los soldados que continuaban registrando y removiendo toda la chatarra. Temblando de miedo me interné nuevamente en el interior del tubo, y allí permanecí no se cuánto tiempo.

Finalmente se hizo un total silencio. Salí del tubo. Subí al taller en busca de alguien más con vida, pero a cada paso que daba encontraba jawas muertos, desfigurados y calcinados. Los fluidos internos que emanaban de los cuerpos formaban charcos que escurrían en distintas direcciones; al pasar trataba de evitar pisarlos. Busqué en todos los escondites posibles... No encontré a nadie vivo.

Subí hasta la sala de control. Por los ventanales pude ver a muchos jawas muertos sobre la arena del desierto. Ellos también trataron de huir a las dunas y fueron aniquilados por los blasters de los soldados. Volví a la sala del horno de fundición y grité muy fuerte en busca de alguien que me contestara, no hubo respuesta, era el último sobreviviente del clan...

Bajé hasta el último nivel y por la rampa de salida llegué hasta el desierto. Emprendí la caminata en la dirección que llevaba el tractor; al llegar a la cima de una duna me volví y vi la columna de humo que emanaba del vehículo. Iba a continuar mi marcha, pero un ruido me hizo volver la vista atrás; era un speeder que se detenía junto al tractor. El terror se apoderó de mí y corrí hasta que lo perdí de vista.

Agotado caí sobre las arenas y me quedé dormido... Entonces soñé. Mi mente recordó, como un generador de hologramas, todas las dantescas escenas que había vivido momentos antes. Un gran bufido me hizo despertar sobresaltado. Lleno de miedo me puse de pié, pude ver que una manada de banthas pasaban cerca, indiferentes a mi presencia siguieron su camino; respiré aliviado y continué caminando. Una tristeza muy profunda se apoderó de mí, era la segunda vez en mi vida que deambulaba por el desierto, luego de que la muerte me arrebatara a mi familia.

Cuando los dos soles estaban a punto de perderse en las lejanas dunas del horizonte llegué a Anchorhead. Caminé por distintas calles en busca de gente como yo. Pasaron varios minutos hasta que encontré un negocio de chatarra atendido por varios jawas; les platiqué mi tragedia y me acogieron en su clan... Desde entonces vivo aquí.

Jamás volví a saber de los androides azul y dorado.



Por RUBÉN DELGADILLO LÓPEZ (RUDEL2D2)

Leer más...